domingo, 31 de mayo de 2009

Jaulas de oro.




Llegó muy temprano al despacho, descorrió ansioso las cortinas y se situó de pié pegado al cristal de la ventana. Había cerrado la puerta tras de sí y no esperaba a su secretaria antes de las 9, aun tenía 20 minutos. Comprobó a través de la imagen reflejada que su madurez no estaba tan mal.

Era San Valentín. Se había puesto corbata nueva y el traje de las ceremonias como si fuese a casarse.

Al fin ella apareció solemne tras la ventana del edificio de enfrente como una diosa entre nubes. Vestía con sencilla elegancia: blusa blanca de cuello amplio y falda con vuelo, al estilo de los 60. La media melena suelta y los ojos brillantes. Tenía el aspecto de una adolescente enamorada.

Emocionados, clavaron sus miradas con la misma fuerza que el acero que soportaba los cristales de los edificios. Él extendió su brazo desde atrás y le mostró un precioso ramo de rosas rojas; ella hizo lo mismo con un libro con un corazón rojo dibujado en la portada. La cara de ambos delataba una felicidad incontenible.

Las 9. La puerta se abrió y Rosa apareció con el bloc y el lápiz en las manos. No pareció percatarse de las flores:

- Buenos días, Don Alberto, en 10 minutos viene Trust para el asunto de la Metropolitan. A las 11, tiene Comité de Recursos y a la 1 almuerza con el presidente. ¿Quiere las llamadas que quedaron pendientes ayer?...

La voz de la secretaria le sonaba en segundo plano, tardó en apartar la mirada y las manos de la ventana. Finalmente se volvió y se sentó, ausente, en su sillón.

-…No, espere un poco, por favor.

Rosa salió sin decir nada.

Se echó hacia atrás cerrando los ojos. Hacía casi un año que, en contra de su costumbre, no contaba las horas que faltaban para el fin de la jornada. Había encontrado la felicidad en la planta cuarenta del edificio de acero y cristal de la Smith&Hogan, enamorado y correspondido por una mujer tras esa ventana de doble cristal de seguridad doce metros enfrente, lejos de su mundo real, de su esposa y sus hijos, su lujoso auto y su casa de campo, de su jaula de oro, al fin.

No se habían hablado nunca, ni siquiera por teléfono, ni se hablarían jamás, tan sólo se miraban cada día y se amaban con auténtica locura.


Fernando©
Mayo 2009

1 comentario:

  1. El amor no conoce de distancias, ni cristales de doble faz; el amor nace libre como el viento y anida en los corazones cálidos. ¡Bravo!

    Besos.

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